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La manufactura mexicana enfrenta retos comerciales con EE. UU., como aranceles y tensiones en el T-MEC, impactando sectores clave como el automotriz.
Hablemos claro: la industria manufacturera mexicana está en la cuerda floja. Los números no mienten, y el panorama comercial con Estados Unidos, principal socio comercial e industrial, está lleno de nubarrones.
No quiero ser alarmista, pero para los tomadores de decisiones en el sector de la manufactura, esto no es momento para cruzarte de brazos.
Con el endurecimiento de las políticas comerciales en Estados Unidos, liderado por el enfoque proteccionista del presidente electo Donald Trump, México enfrenta un reto mayúsculo.
El aumento de aranceles es una posibilidad real, y, seamos sinceros, eso nos golpea directamente en el bolsillo. Si el costo de los bienes manufacturados en México sube, nuestra competitividad en el mercado estadounidense se tambalea.
A esto se suma la integración de componentes chinos en nuestra cadena de suministro. La disputa comercial entre Estados Unidos y China también nos arrastra.
Las tarifas adicionales a estos insumos podrían complicar aún más las exportaciones de productos mexicanos que dependen de ellos, como electrónicos y, en especial, autos eléctricos. ¿La ironía? La globalización que antes nos conectaba ahora nos pone contra las cuerdas.
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El Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) debería darnos certezas. Pero, ¿qué pasa si las tensiones comerciales fuerzan una renegociación? Este escenario podría poner en riesgo el acceso preferencial que tanto hemos defendido.
Sin mencionar las barreras no arancelarias, como nuevas regulaciones ambientales y de seguridad, que solo encarecen el cumplimiento y complican nuestra posición frente a productos locales en Estados Unidos.
Si hay un sector que concentra el nerviosismo, es el automotriz. La AMIA (Asociación Mexicana de la Industria Automotriz) reportó la producción de 3.4 millones de vehículos entre enero y octubre de este año, con expectativas de romper récords históricos.
Pero aquí está la alerta roja: el 80% de estas exportaciones van a Estados Unidos. Una dependencia tan alta en un contexto comercial volátil es, simplemente, peligrosa.
El sector de autopartes no se queda atrás. México produjo más de 83 mil millones de dólares en autopartes hasta agosto y espera cerrar el año con un crecimiento del 4.9%. Buenas noticias… hasta que recordamos que el 87% de esas autopartes van a plantas en Estados Unidos.
Aquí hablamos de partes eléctricas, suspensiones, transmisiones, embragues y más. Si las cadenas de suministro se ven afectadas, no solo el automotriz sufre, también sectores como la metalmecánica, plásticos y textil.
Con un PIB manufacturero que muestra señales de estancamiento —apenas 7 mil millones de pesos de crecimiento en 2023—, el panorama no es alentador.
Venimos de un impulso postpandemia, pero ahora parece que hemos llegado a un punto de inflexión.
¿Qué sigue? Vivir con esta nueva normalidad de incertidumbre política y comercial. Los industriales en México deben replantearse estrategias, diversificar mercados y buscar mayor autonomía en las cadenas de suministro.
El alto volumen de exportación a Estados Unidos siempre ha sido una gran amenaza y ahora es más que evidente.
La diversificación hacia Europa, Asia o incluso dentro de América Latina siempre ha estado ahí, pero parece mal momento ahora que los mercados se están regionalizando.
La manufactura mexicana depende en buena medida de factores que no controla, pero para los empresarios dedicados a la transformación, el foco debe seguir apuntado en la competitividad como medida de blindaje ante un escenario que se avizora turbulento.
Más allá de los factores exógenos y como en todo terreno volátil, quienes no se adapten rápido irán quedando descartados.
Más allá de lo que suceda en política pública, ¿están las empresas de manufactura distribuidas en las cadenas productivas preparadas para dar la pelea?
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